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Sobre el porvenir de nuestras escuelas en la ciudad del sinsentido

Viernes, 10 de agosto de 2012
Ilustres oyentes, el tema sobre el que tenéis intención de reflexionar conmigo es tan serio e importante, y en cierto sentido tan inquietante, que también yo, como vosotros, prestaría atención a cualquiera que prometiese enseñar algo al respecto, aun cuando se tratara de una persona muy joven, y aun cuando debiera parecer totalmente inverosímil que ésta, espontáneamente y con sus propias fuerzas exclusivamente, pudiese ofrecer algo suficiente e idóneo para semejante problema. Sin embargo, es posible que haya oído algo verdadero con respecto al inquietante problema del futuro de nuestras escuelas, y quisiera ahora contároslo nuevamente a vosotros; es posible que haya tenido maestros importantes, a los cuales convendría ya en mayor medida profetizar el futuro, inspirándose, igual que los aurúspices romanos, en las vísceras del presente.
En efecto, soy consciente de cuál es el lugar en que ahora insto a una reflexión general sobre aquella conversación y a un examen amplio de ella: verdaderamente, se trata de una ciudad que intenta fomentar -en un sentido incomparablemente grandioso- la cultura y la educación de sus ciudadanos, en tal medida que puede incluso provocar rubor a Estados más grandes. Así, pues, en este lugar por supuesto que no me equivoco al suponer que donde se hace tanto por estas cosas se debe pensar otro tanto sobre ellas.

Friedrich Nietzsche
Sobre el porvenir de nuestras escuelas,
Primera conferencia

Hoy parece algo tan importante la educación de la juventud, que resulta impostergable decir que ese es tan sólo nuestro primer problema. Todo simulacro provoca una herida profunda en el entendimiento de un problema, porque resulta inevitable su efecto de distorsión en nuestra percepción del problema. Y ahora el simulacro es ese estar preocupados por la “educación de los jóvenes”. Pues, ¿qué tipo de preocupación es ésta con la que se busca que los jóvenes en México tengan clases de civismo en lugar de las de filosofía? ¿De qué se puede tratar en el fondo una reforma con semejante efecto práctico en los planes de estudio? ¿Será que el aprender a ser un buen ciudadano ha quedado nuevamente separado de la formación del pensamiento?

Yo no creo oportuno jugar, como algunos filósofos ya lo empiezan a hacer, con el pesimismo y el entusiasmo frente al cambio de los tiempos. Hoy no estamos ante un problema que pueda abordarse desde el infantil dilema entre ser un pesimista o ser un entusiasta. Se necesita poner en escena todo lo que los simulacros quieren sacar del teatro. Y aclaro que no se trata de desocultar la verdad, sino de poner las cartas sobre la mesa. Hoy nadie se está mostrando realmente interesado por la educación de la juventud. Unos quieren defender su empleo o el empleo de sus alumnos; otros quieren aprovechar el momento políticamente; algunos otros quieren curar sus desconcierto e incertidumbres. Pero pocos se preocupan por lo que quiere el Gobierno con una reforma que desaparecerá unas materias para imponer otras.

Es evidente que la Secretaria de Educación Publica quiere resolver varios problemas de un sólo golpe.

Por un lado, el Estado está buscando reorganizar los objetivos y los contenidos de una no tan vieja planeación curricular para hacer posible un nuevo tipo de “educación cívica”, una acorde con la débil ideología de un puñado de personas que apenas quieren algo para su propio bienestar, así que ya ni siquiera vale la pena preguntarse sobre lo que quieren para el bienestar de todos nosotros. En tal caso, el problema no sería la reforma en sí, sino la idea misma de una “educación cívica”. Incluso, en la imaginación de un futuro completamente feliz, puedo recoger ese infantil entusiasmo de quienes esperan poder aprovechar la ocasión, para llevar a cabo una reflexión profunda sobre la enseñanza de la filosofía, y hacer de todo el problema una oportunidad invaluable para construir un nuevo modelo educativo en el que la filosofía por fin ocupe el lugar que se merece; pero aun así el problema que persistiría es la idea de “educación cívica” del Gobierno. Quizá esto resulte decepcionante para los entusiastas, pero de nada servirán las buenas ideas sobre la enseñanza de la flosofía si antes no se problematiza lo que el Estado entiende por “educación cívica”.

Por otro lado, la reforma quiere ensayar una solución al viejo problema del perfil profesional de quienes deben impartir las materias organizadas disciplinarmente. De facto, durante décadas enteras, en muchos lugares del país, los directores o coordinadores académicos, así como los inspectores de la SEP, se han tenido que hacer de la vista gorda con el hecho de que muchos de los profesores que imparten ciertas materias no cubren el perfil profesional requerido. El problema, sin embargo, lejos de ser solucionado, le ha dado al mundo su propia solución: es mejor disolver el requisito de un perfil profesional específico para cada materia; que sean los contenidos temáticos y problemáticos de las asignaturas los que marquen el perfil del maestro. Para hablar de una postura ética frente a un problema político, quizá sea mejor llamar a un candidato a presidente municipal o a cualquiera que crea tener algún conocimiento sobre el asunto o una postura ética. Y si el problema de la asignatura es el narcotráfico, pues quizá sea mejor llamar a un experto para que de su opinión (el sacerdote del pueblo, el policía municipal o el buen narcotraficante que haya donado unas sillas a la escuela). El problema de fondo, en este caso, es uno mucho más profundo: ¿quién educa y cómo lo hace al profesor de bachillerato? ¿Según que criterios y con qué objetivos? Pues así como no basta un título para asegurar una buena docencia, también es cierto que hay cosas con las que no pueden, por más que quieran, los buenos maestros del país: sujetos siempre en las complejas relaciones de poder que se cifran entre los absurdos programas de las materias (bajo el completo control del Gobierno Federal) y la eterna necesidad de conservar un trabajo (que lo mismo los somete a las políticas sindicales que al despotismo de sus alumnos: sus verdaderos jefes en la empresa…, perdón escuela).

Finalmente, también me parece evidente que el Gobierno ya se propuso resolver su compleja relación con la Industrial Editorial a través de esta reforma. Pues al orientar la programación de las materias y la misma planeación curricular a la reflexión de los temas de actualidad, resulta imposible usar un mismo libro de un año a otro; ya que estos tendrán que actualizarse todo el tiempo, liberando y movilizando la industria de los libros de texto. Y esto no sólo está pasando a nivel bachillerato, también pasa a nivel primaria y secundaria. Lo cual no está del todo mal, pero ¿cuáles son los compromisos que las editoriales van a crear con el país tras incentivar el crecimiento de su industria de semejante manera, con una apuesta tan alta, con un costo-riesgo tan elevado?

Por el lado de los filósofos, el problema no es menos grave. ¿Qué es lo que realmente nos preocupa? ¿La enseñanza de la filosofía, la competencia en el mercado laboral o la formación del estudiante de bachillerato? Hay muchas observaciones críticas que hacer a los actuales programas de las materias de filosofía que se imparten a nivel bachillerato, y no son pocas las observaciones críticas que también habría que hacer a la docencia que realizamos los filósofos en general. Pero antes de desatar al Diablo, parece conveniente descarar las intenciones, las pasiones y los intereses.

Sí es un problema laboral y los filósofos, como gremio, tendrán que reaccionar inteligentemente ante aspectos técnicos muy concretos de la reforma propuesta. ¿Si hoy dejan que el único nicho laboral para el estudiante de filosofía desaparezca, lo que sigue es su sutil desaparición como carrera universitaria? La filosofía académica por fin ha llegado al día de su juicio final. El cuestionamiento radical a los filósofos por parte del Estado, aunque posiblemente esto haya sido de manera inconsciente, consiste en no tener claro cuál es la utilidad de la Filosofía para la vida, para la formación del individuo, para el cuidado de la ciudad. Y al poner algún énfasis en la importancia transversal de la filosofía en el diseño del perfil curricular del bachilleraro, están cuestionando sobre todo la docencia del filósofo y la organización disciplinar de la filosofía, más que a la Filosofía misma. La marginación en la reforma es pues para los filósofos y no tanto para la filosofía. ¿Estaremos preparados para responder como filósofos a un cuestionamiento tan profundo? ¿Qué importa si esto que digo era realmente un objetivo del Gobierno? El hecho y el rumbo que han tomado las cosas, nos colocan justo ahí y hacen ineludible la cuestión.

¿Tenemos algo que ofrecer a la juventud?

Quizá el futuro de la enseñanza de la filosofía deba estar en unas manos distintas a las del filósofo o en las de un verdadero filósofo. ¿En dónde está el verdadero reto de nuestros tiempos?

Ciudad del Sinsentido, 4 de abril de 2009.