De la ficción geométrica de la vida

14 de noviembre de 2011

He pasado algunos días trayendo a mi mente aquellas experiencias incomparables que me hicieron conocer el significado de la belleza. Pero he de confesar que en principio no me fue fácil elegir sólo una, principalmente,  porque me di cuenta que al final todas tenían algo en común: me provocaban una inquietud profunda, me devolvían algo de mí misma que me hacía vibrar y me ponía de frente a la condición humana.

            Finalmente me decidí por la obra de Remedios Varo, la cual visité hace algunos años en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México. Aquí, mi experiencia: 

Al contemplar su obra creí presenciar un desdoblamiento de la imaginación, una interjección producto de un nuevo sentido donde la luz se escucha como música y el aire garabeta visiones. Descubrí en sus cuadros un principio en todas las cosas, una revelación, una sangre vegetal  que animaba nuevas posibilidades de vida, territorios inexplorados de uno mismo que se configuraban y re-configuraban provocando al espectador.

El arte provoca. Las pinturas de Remedios Varo no tienen fronteras, son inagotables, llenas de voces, de múltiples lecturas…son un naufragio donde uno cae irremediablemente para dejar de ser y ser otro; sus cuadros no son colores, son cristales de luz; no son ambientes, es nomenclatura que convulsiona los sentidos; no son temas, son realidades paralelas que someten la razón a una lógica opuesta.

            Kafka alguna vez dijo: “un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada”. Creo que el universo pictórico de Varo, más allá de su técnica impecable, es un amasijo de sueños y poesía que astilla la percepción domesticada

Al terminar el recorrido de la exposición sentí que algo había cambiando en mí, alguna estela del inconsciente se quedó suelta, deshilvanada, ondeando… mi percepción no volvió a ser la misma, se renovaron mis sentidos y aparecieron nuevos significados de realidad que enriquecieron mi vida. Algo me queda claro ahora: no hay un “después” de la experiencia estética. La experiencia estética no termina, se queda en nuestro interior como un ser de agua, como un axolotl creciendo lentamente, transformándose para hacernos mutar. La experiencia estética es la experiencia de la mutación; algo en nosotros cambia, nos hace diferentes, nos construye.